viernes, 19 de abril de 2013

Performance Síntesis.

Elementos en escena:
Cuelgan ramas blancas de árboles cortados de mi casa.
Cuelgan lienzos con las definiciones de locura y cordura.
Cuelga un lienzo con mi nombre.
Cuelga un cuadro en donde aparece una persona amarrada con cuerdas, envuelta en una sábana. Detrás de ella, se encuentran unos carteles con las definiciones de locura y cordura.
Cuelga un cuchillo de punta redonda.

Antes de comenzar la presentación, se muestra la última performance, en donde aparece una persona amarrada con cuerdas y sábanas.

Entran dos hombres arrastrando a una mujer envuelta en sábanas y cuerdas (yo).
Es dejada en el piso y se aprecia que comienza a llorar.
Todos esperan a que salga de las amarras, pero se queda en el suelo, por unos quince a veinte minutos.
Adentro, entre las sábanas, mientras fui arrastrada por la sala de literatura, iba `pensando si todo esto valía la pena. Iba pensando si valía, el espectador, el sacrificio emocional, el sacrificio físico. Iba pensando si el arte valía mi vida entera, tendida ahí, adentro, en las amarras. Luego pensé que no estaba ahí por ellos, los espectadores, ni por el arte, estaba allí por mí.
Hace pocos meses me había ido de casa, con una sensación de odio y repudio. No los quería volver a ver nunca más, lo odiaba demasiado, a todos: por pensar que todo los que les sucede es producto de su mala suerte y no de sus acciones, por quedarse sin jugársela por lo que quisieron, por estar atrapados en el limbo del hogar paternal, por no crecer, por no vivir. Yo estaba viviendo en ese momento, mi vida dedicada al arte. Estaba tendida y lloraba, no quería salir, deseaba que todos se fueran. Me arrepentía tanto de estar ahí tendida, haciendo de lo que soy un espectáculo. No quería ser su show, no soy su espectáculo, no era actuación, era tan real que no podía moverme. Me dolía el espíritu, estaba siendo torturada por mí misma, estaba replicando las torturas realizadas en mi hogar. Sentí miedo. Tenía miedo de salir, de verles la cara, tenía y tengo miedo de dedicarle mi vida al arte, de entregarme por completo al arte.
Dejé de llorar y huí como pude debajo de la mesa, tenía tanto miedo, me sentía una niña pequeña indefensa. Tenía miedo de mí misma, de volverme loca, tenía miedo de la gente que me miraba. Debajo de la sábana todo parecía bien, no podía ver sus ojos. Estaba dentro del útero.
 Debajo de la sábana, tenía un collar de alambre y las puntas se incrustaban en mi cuello y no me dejaban respirar. La soga estaba demasiado firme y no podía desvincularme de ella. Corrí hacia el cuchillo y rajé la sábana. Al fin podía respirar. El agujero me permitía ver las piernas de las demás personas pero no podía ver sus rostros. Ya no tenía mucha conciencia de lo que estaba pasando, deseaba que todo estuviera dentro de mí para no tener que salir de mí misma, entonces tomé el cuadro amarillo y me lo tragué. Lo introduje dentro de mi traje de sábana, a través del agujero que hice con el cuchillo. Me arrastré por el suelo y el cuadro desapareció para el espectador.
Me senté en el suelo ¿y me sentí aliviada? No, aún tenía el cuchillo en la mano y me sentía angustiada. Lo tomé, lo puse sobre mi pierna, presioné sobre la carne y dije: no lo necesito y lancé el cuchillo lejos de mí.
Comencé a sacar de mi piel un tatuaje que hice en mi brazo, de grietas sobre una pared. Lo limpié y me levanté del suelo. Comencé a tomar las ramas que colgaban desde el cielo con hilos transparentes y las rompí una a una: no lo necesito, no lo necesito, no lo necesito, me repetía a mí misma, en voz alta, una y otra vez.
Esas ramas las traje de mi casa, de la casa de mis padres. Las pinté de blanco una por una. Cuando las llevé al lugar de la acción -la terraza de la sala de literatura- en época navideña, un señor que estaba en la calle y me vio cargándolas, me dijo: ¿Qué significan? y como por intuición le respondí: representan a mi padre y sentí una extraña sensación de alivio y seguí caminando con la carga pesada, como quien cargaba una cruz, a pleno sol. Las rompí una a una y quedándome con la última, la amarre a mi cuello, caminé con ella, hasta que decidí decir la última vez: no lo necesito.
Me fui de la sala, estaba cansada. Caminé hacia el baño y ya no tenía fuerzas, me sentía frágil, pero con una fuerza nueva dentro de mí.
Volví, vestida, junto a las personas que eran mis amigos y conocidos cercanos, intenté balbucear una explicación pero ya no podía hablar.
Al finalizar, cuando todos ya se fueron, con mis amigos cercanos algo perturbados, intenté hacer como si nada y brindar, pero ya nada era lo mismo. Mi amigo Jorge-no sé qué tipo de amistad es la nuestra- me regaló una croquera que el mismo pintó, con algunos dibujos adentro. Estaba devolviendo lo que yo le había dado alguna vez. No sé qué significaba eso. No lo pensé. Me acompañó a mi casa y luego me fui sola. En la biblioteca quedaron colgando mis cuadros y quedé yo estallada, como quien explota producto de una bomba: de dentro hacia afuera, impregnada en las paredes, en la gente que me vio siendo arrastrada, en los niños que estaban perturbados, en sus padres asustados.
Los entiendo, yo también le temo a la locura y me gustaría ser normal, pero me tocó la diferencia y ahora la he elegido, porque en la diferencia soy yo misma.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario