miércoles, 30 de noviembre de 2011

Katherine Supnem, Acción: corte de cordón. 28 de Noviembre.








Santiago de Chile,
28 de Noviembre, año 2011.
Acción: Corte de cordón
Por Katherine Supnem.
Palabras fluidas.

Mi cuerpo psíquico es el lugar que quise intervenir, para regalarle una experiencia sanadora, para liberarlo de la culpa del nacimiento, para liberarlo de sus deseos de autoflagelación, de muerte, de cese de movimiento. Porque formaban una cárcel y me he propuesto quebrar los barrotes uno a uno, cueste lo que cueste, para hacer real el relato de la modificación del yo y del cuerpo de carne, aunque no sean ciertos.
Debía volver al lugar de origen, llevando los recuerdos que no quise para mí y las experiencias implantadas que no me propuse tener: mi primer juguete, la imagen dolorosa de mi madre, la historia del desgarro, la firma de la culpa.
Me propuse dejar la niñez y transformarme en mujer en ese instante. No ser ni mi padre, ni mi madre, devolviéndoles su historia, a sus cuerpos simbólicos encarnados en el de las personas que prestaron sus cuerpos para el acto: Natalia y Santiago.
Dejo la infancia y el infantilismo endógeno, me quedo con la creatividad y curiosidad del niño.

Relato racional:

El acto se llamó: corte de cordón y comenzaba volviendo al lugar de origen, el hospital donde nací de una forma tormentosa, al menos en los recuerdos que me fueron implantados. Requería de la presencia de dos personas, un biohombre y una biomujer para que fueran signo de mis padres, la foto de mi madre: recipiente de gestación, atadura y cadena, mi primer juguete: símbolo de mi padre, ausencia y torturador, y en tres hojas el breve relato de la historia y los personajes en juego.
Tres personas nos sentamos a las afueras del hospital público, una cuarta fotografiaba la acción.
La temperatura casi insoportable me quemaba la piel, o al menos debía hacerlo, pero yo me sentía como quién haya el camino hacia una respuesta que buscaba por años. Comencé enumerando los objetos que participarían de la acción, y sentí ternura. Leí un breve relato de mi pasado, el cual, al momento de escribirlo, generó en mí ganas de vomitar y algo de mareos, los que tuve que controlar pues no estaba en un lugar donde pudiera dejarme llevar con soltura.
Una vez terminada la lectura en voz alta, comencé a cavar un agujero con mis uñas sobre la tierra seca, que luego se volvió húmeda. La tierra y pequeñas piedras se encajaban bajo mis uñas en el trayecto hacia una profundidad, que en un momento me pareció uterina. Tomé el juguete y comencé a cavar con él, porque algo en mí exigió violencia, sentí ganas de morderlo, de romperlo. Me detuve y tomé la fotografía como quien se limpia el cuerpo de algo muy sucio, puse sobre la fotografía el juguete y comencé a taparlo con la tierra del agujero y con algunas ramas. Al tomar las ramas de la tierra, al arrancarlas, sentía que algo se me desprendía. Al tapar el agujero, sentí lo mismo que cuando pinto o dibujo: un vaciar dulce de algo que pareciera alojarse en el pecho, paz, tranquilidad. Lo que habitualmente me genera el contacto con los árboles: una presencia casi divina.
Tomé dos copias firmadas con bolígrafo rojo, que firme como quien se hace un corte sobre la piel, o al menos para mí tuvo el mismo efecto, pues al firmar recordé cortes del pasado. Le regalé una copia a cada cuerpo prestado, diciéndoles ‘ahora esta es tu historia’, como una forma de desprenderme de una historia que no sólo es mía, sino que podría ser de cualquiera y eso la transformó en un relato, en una narración imaginaria y le quitó la realidad violenta que albergaba en mi memoria. Ahora cuando la recuerdo, siento ternura y no ese desagrado que antes experimentaba. Terminé la acción dándole un abrazo de agradecimiento a mi madre y a mi padre simbólicos, no los nuevos, sino los que hubiera querido tener… porque Natalia estaba embarazada –en sus certidumbres imaginarias- y habló de su embarazo como quien habla de la persona que más ama en el mundo, y porque Santiago se adjudicó el rol de protector del equipo de trabajo y por esa consecuencia ética que emana, aunque no sepa si es cierta –lo conozco hace cuatro días. Quien fotografiaba, Alejandra, me regaló un abrazo y la sentí emocionada, ahí caí en cuenta de lo que estaba haciendo.
Cuando comencé a recoger nuestras pertenencias del lugar, me sentí muy frágil, como una mariposa que recién sale del capullo y tiene las alas aún húmedas. No recuerdo bien lo que ahora sigue, pero comencé a caminar junto a Santiago, y me sentía incómoda, no quería que nadie se me acercara, me hubiera gustado caminar unas dos horas sola. Él me dijo que había abierto una puerta y que ahora algo debía salir, y así me sentía al caminar, como quien vomita veneno y era muy doloroso, fue la peor parte de la acción. Sentí un torbellino de recuerdos, se me aparecieron rostros y traté de hacer como si nada, pero Santiago me encaminaba a concentrarme en lo que había hecho, diciendo que ‘la acción aún no ha terminado’ y miré mis uñas quebradas por cavar. Su forma de hablar me recordó mucho a mi abuelo adoptivo, un profesor de filosofía de cerca de 80 años, muy sabio existencialmente y en conocimientos sobre esa rama del saber, así que algo en mí hizo que le creyera a pesar de su juventud, y comencé a observar cómo me brotaba odio hacia la estructura del lugar. Caminando por el contorno del hospital llegamos a una esquina que sentí como el punto de partida y ahora del final, y dije ‘Hospital culiao’ con la connotación que tienen los garabatos, esa violencia catárquica.
Sentí el final cuando Alejandra me colocó sus anteojos y vi que Natalia y ella llevaban los lentes de sol intercambiados, porque alguna relación extraña surgió en nosotras al momento de saber nuestros secretos.
Pasados dos días, experimenté un cansancio inmenso, como tras cada performance realizada con anterioridad, pues todas han sido semejantes en intensidad, pero nunca con tanta conciencia presente y reflexiva como esta última, en dónde me abrí a pensar acerca de ese nuevo conocimiento que me ofreció el cuerpo, y no la reflexión teórica. Ese cansancio a veces se transformaba en lágrimas, en sentimiento de abandono, en soledad…otras veces en alegría, en fuerza, en proyecciones hacia el futuro. Creo que la respuesta a esto la tendré con la parte final de esta gran acción que llevo realizando hace dos años, como por capítulos. Cuando vaya a buscar lo último que queda de mí en la casa de mis padres y cuando me despida definitivamente de ellos.