sábado, 30 de junio de 2012

KM.

I. El cuerpo en movimiento
Movimiento normado del cuerpo
a. Comportamiento urbano y disciplina
“Son actos enteramente impropios y vulgares: 1º poner un pie sobre la rodilla opuesta; 2º apoyarse en el asiento que ocupa otra persona, y aún tocarlo ligeramente con las manos; 3º mover innecesariamente el cuerpo, cuando se está en un piso alto; (…); 7º estornudar, sonarse o toser con fuerza, produciendo un ruido desapacible; 8º reír a carcajadas o con frecuencia; 9º llevarse a menudo las manos a la cara, hacer sonar las coyunturas de los dedos, jugar con las manos, con una silla o con cualquier otro objeto[1]
Las normas que moldean el comportar humano han existido en todas las sociedades “civilizadas”, pertenecen a la descripción de la representación social del cuerpo, aquello que lo define como ciudadano normal, lo cual le posibilita interactuar con los otros previniendo el roce y las asperezas, la guerra, la lucha que le son tan primitivas al ser humano urbano y sin embargo son parte de su negada naturaleza animal.
Una vez terminando de leer la cita anterior se paraliza nuestro cuerpo, la respiración se hace lenta, se corrige la postura de la espalda, se cierra la boca y se baja la mirada, si estamos en algún evento público o reunión social, pues este tipo de normas de urbanidad expuesta por Carreño nos exige buenas formas del comportamiento corporal, lo que implica su control de nuestra parte, dejando de lado cualquier indicio de animalidad, pues sería “impropio” y vulgar dejar que el cuerpo carnal, frente a los otros, se mueva a sus anchas, suelte sus ventosidades y excreciones pues podría provocar que tales conductas fueran imitadas y la moral se viera transgredida y, al parecer, la moral asumida y respetada es algo imprescindible para la armonía de un sistema.
La animalidad del cuerpo es un aterrizaje forzoso sobre la fáctica naturalidad de nuestros movimientos a diferencia de la propuesta naturalidad aparente y delicada que las normas de un buen comportamiento social nos moldean, agrediéndonos, mutilándonos en nuestra naturaleza y convirtiéndonos en la máquina que maneja el yo, olvidando que este yo es cuerpo y no un yo que tiene cuerpo
“No soy un yo-alma-piloto que contempla la avería que se produce en mi nave. Soy, de alguna manera un yo-todo que siento y experimento el dolor, la sed, el hambre[2]
que se pedorrea, que caga, que orina y excreta las mucosidades de sí. Si no lo hiciera no sería cuerpo, ni estaría vivo, sino que sería un objeto más del mundo. Si reprimiera al extremo mis movimientos físicos de entrada y salida, para llegar a ser una máquina perfecta, enfermaría y de nada serviría ser un yo, sin este cuerpo, al menos en el mundo de la vida corriente. Pero se sigue pensando en el vocabulario común del mismo modo en que pensó alguna vez Descartes:
“Mi esencia consiste en únicamente esto: que soy una cosa pensante. Y aunque acaso (o mejor…, con certeza) tenga un cuerpo que me está estrechamente unido, dado que, sin embargo, por una parte, tengo una idea clara y distinta de mí mismo en cuanto soy únicamente una cosa pensante, no extensa, y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, en cuanto es únicamente una cosa extensa, no pensante, resulta cierto que soy realmente distinto de mi cuerpo y que puedo existir sin él[3]
Encontrando en ello una clara distinción entre lo que soy yo y el cuerpo que soy, pensando el mundo desde una subjetividad que no aprecia que me muevo en él gracias a este cuerpo psíquico, considerando aquello como la otra moneda de la verdad, sino como mera opinión
“Las cosas que pertenecen a la unión del alma y del cuerpo no se conocen más que oscuramente por el entendimiento solo, ni incluso por el entendimiento ayudado de la imaginación, sino que se conocen con mucha claridad por los sentidos (…) haciendo uso sólo de la vida y de las conversaciones ordinarias, y absteniéndose de meditar y de estudiar las cosas que ejercen la imaginación, es como se aprende a concebir la unión del alma y el cuerpo[4]
ya que los sentidos no aprecian correctamente la distinción entre ellos, apreciando una unidad donde no es tal, según Descartes, que medita plácidamente y que en su subjetividad es capaz de apreciar sus autónomas diferencias. No así el ser humano que practica el ejercicio del vivir y no el del sólo pensar. Pero ¿qué hacemos en el mundo? ¿no practicamos el vivir una vez saliendo de nuestra sala de estudio para dirigirnos a la merienda, por ejemplo? El entendimiento puro, al parecer, es el que se olvida de nosotros, cuerpos, cerrando los ojos y encerrándose en su caja. Pero desde aquí le decimos que no puede continuar ocultándose del mundo de la vida corriente, pues en algún momento deberá ir al baño.
Al parecer, Descartes hace una distinción entre este ser humano de la vida y el sujeto pensante y en ello radica esta conjunción yo-cuerpo que no logra ser unión en su razón clara y distinta
“En cuanto es considerado en sí mismo el hombre en su totalidad, afirmamos absolutamente que él es un ente per se, y no per accidens, debido a que la unión por la que el cuerpo humano y el alma se conjuntan entre sí no le es accidental, sino esencial, ya que sin ella el hombre no sería hombre[5]
por lo que vemos en el texto, Descartes distancia el hecho de ser una mujer o un hombre y el hecho de ser un sujeto pensante, y según Rabade lo esencial para el hombre puede no serlo para el yo-sujeto[6]. Aquí cabría la pregunta ¿qué es lo esencial, el pensar puro o la vida?
Este yo- sujeto que piensa, que pretende un razonar claro y distinto, debe recordar que existe en unidad con el cuerpo, no siendo sin él, y tal existencia se desenvuelve en lo diario, es vivenciada y es así como efectivamente existe cada mujer y cada hombre en el mundo, existiendo su cuerpo, sin desmerecer la utilidad de esta razón para el estudio y la ciencia que también enriquecen nuestro entendimiento, meditación subjetiva que nos permite comprender lo que vivimos y experimentamos, en un cuerpo.
Este cuerpo que soy yo[7], que vivo, que es lo visible de mi ser, que tiene contacto y experiencia con el mundo- sea clara y distinta o contaminada-, que es la vía de acceso de conocimiento a lo que me rodea gracias al órgano cutáneo, por ejemplo, que lo recubre y me permite sentir el derredor y a los otros seres humanos es, desde la perspectiva moderna
“La naturaleza [que] se presenta como la otredad radical, aquello manifiestamente carente, horroroso, lo complejo que es necesario someter y gestionar[8]
“lo otro” injusta perspectiva que ha de darse a lo que somos cada uno, por ser naturaleza corporal. Nos vemos, cuerpos, como lo que yo no soy, siendo que lo soy y en esta arcaica distinción encontramos un adentro y un afuera en que radica el enfrentamiento imaginario entre un cuerpo que siendo natural es manipulado y vuelto social
“Cómo si la naturaleza fuera lo completamente ajeno, lo exterior, lo extraño, lo indómito y por otra parte lo social [fuera] caracterizado como lo interno, lo domesticado, lo conocido[9]
viendo a este cuerpo como lo extraño, por ser “exterior”, como una de las partes que compone mi ser y que al tener los brazos entrelazándolo, pudiéndolo tocar, manipular y controlar, creemos que también es un objeto como los demás objetos del mundo: manipulables o útiles, sometiéndolo por un copiloto que no existe solo, pues el copiloto es la máquina, en cada una de sus partes.
Como tal copiloto es un adentro, en la tradición, ajeno del afuera y se asemeja al gobernante del que nos habló Platón en su analogía del cuerpo y el estado, en su texto La república, cuando nos dijo
-¿Y no corresponde a la parte racional mandar, por el hecho de ser prudente y tener la misión de vigilar el alma entera, ya la parte irascible, en cambio, no le corresponde obedecer y secundar a aquélla?[10]
es que nuestra estructura social padece de la norma y la prohibición del cuerpo, vista como ley interna que domina lo horrible externo, lo natural aparentemente indómito. Esta ley, manifestación del deseo de “otro” –del que gobierna- , si seguimos el juego de dos realidades unidas, es la que se expresa y pretende el gobierno de los cuerpos, muestra, como en el ejemplo del manual de Carreño, la orientación hacia una correcta disciplina de lo físico, a un adecuado gobierno de un rey que no sabe de sus súbditos, que actúa y norma como si ellos no existiesen concretamente, que carecieran de necesidades y deseos, a los cuales es posible exclamarles con ligereza: “Si no tienen pan que coman tortas”, como si no se estuviera hablando de algo vital, como lo es el hambre, el hambre que padecen los cuerpos, el yo.
En el caso corporal, el yo en sus meditaciones olvida que todo lo que puede llegar a conocer –oler, ver, sentir, oír, degustar- del mundo es gracias a la máquina que lo transporta y que sin ella, y recordando mitos de la infancia, sería un fantasma que deambula, cuyos gritos serían el aire que refresca y sus movimientos serías nubes que entorpecen la luz del sol, nada para nosotros, que nos movemos entre cuerpos, ya sean estos materia concreta o energía densa.
El hambre, necesidad tan propia de los cuerpos orgánicos, tan natural, con apariencia de ley que somete y desasosiega, es claramente menos nociva que una norma perteneciente a la conducta en sociedad que somete, controla y domina de forma constante desnaturalizando el cuerpo. El hambre, evento reiterado que al satisfacerlo nos procura vida y que al prolongarse tal deseo por mucho tiempo nos provoca la muerte, es una necesidad vital y natural, que muchos la clasifican como perteneciente a la ley natural. En cambio, en la ley social, de conductas urbanas, de propiedad, castigos y sanciones que norman la forma de satisfacer un deseo, provoca, más que la muerte -que sería una especie de liberación respecto al cese de un estado de tensión que nos aplasta y quita nuestra individualidad, generalizando nuestra conducta en un plural que no somos nosotros-, nos aqueja en la alienación constante, amaestrándonos en la rutina conductual, que va más allá de la disciplina personal y recae en el dominio, perdiéndonos a nosotros mismos como individuos. Gracias a esta segunda ley formamos parte de una masa que se reprime lo que le es propio: necesidades y deseos vitales con moralismos que niegan al cuerpo como si fuera un objeto más del conjunto mundanal, complicando la vida, creando falsas necesidades, carencias, controles exacerbados, dolores y deseos intensificados.
“Fórmase entonces una política de coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada sobre sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo corrompe. Una “anatomía política”, que es igualmente una “mecánica del poder” (…) [para que el cuerpo] opere como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina[11]
Lo que procura la ley sobre los movimientos corporales, que de una forma sutil refiere en uno de sus casos a un autodominio del comportamiento corporal en urbanidad, es, en uno de sus fines, la disciplina de sus ciudadanos, por medio de la dominación del cuerpo la cual incluye, como forma de control, de manutención y respeto de esta, además de la autodisciplina[12], el castigo corporal, que no solo refiere al castigo físico en el caso en que los policías retienen a un delincuente y lo golpean antes de encarcelarlo –algo tácito en la ley- sino que también el posible encierro de este cuerpo y con ello la tortura psicológica que implica. Teatralidad que se hace pública y se exagera en los medios de comunicación para que su efecto de “temor” paralice al cuerpo y lo restrinja de infringir la norma. Es un efecto directo sobre el cuerpo pensante.
El ver cómo un delincuente es detenido y encarcelado a través de la señal televisiva surte el mismo efecto que provoca el colgar un malhechor en la plaza pública o quemar una bruja: con el fin de limitarse cada uno en si mismo de tales prácticas por miedo a que nos ocurra lo mismo y para que tales conductas nos parezcan dignas de castigo y avalemos el control físico a través del moldeamiento de la opinión, por intermedio de los medios audiovisuales, junto con el respeto que, en obligación ciudadana, se merecen este tipo de normas que han dejado de lacerar al cuerpo explícitamente y el asumirlas implícitamente como parte de nuestro comportamiento habitual, siendo el intermediario, ahora, de un castigo que se pretende sea sobre el alma[14].
¿Qué se ha de lograr con este control corporal, con esta disciplina del cuerpo que nos relata Foucault y los medios de comunicación en su teatralidad?
El ejercicio del poder del gobernante sobre sus súbditos, la voluntad del piloto sobre la máquina, para, cuál mecánico, conocer, indagar, oscultar en cada espacio de su artefacto con el fin de procurar la armonía de su correcto funcionamiento. Para distribuir cada parte en su lugar correspondiente, efectuando clasificaciones y reagrupaciones. Cómo hacen los estados con los individuos que forman parte de él, según nuestro autor, que logra ver el ejercicio del poder en el médico que registra nuestro cuerpo, cuando nos clasifican según enfermedad y discapacidad, en centros médicos, hospitalarios, psiquiátricos, tiradero de las piezas defectuosas de la máquina hasta que un tornero bien capacitado, gracias al avance de la ciencia, pueda reconstruir la pieza; en el profesor que enseña la disciplina correspondiente y los contenidos mínimos de movimiento al alumnado, como el programador del circuito de movimientos de la pieza de la máquina; todo esto a favor de la armonía de un movimiento mayor: el del sistema social, movimiento generalizado en una especie de nivelación que nos convierte en el ciudadano promedio, cotidiano, normal, normado: en el uno.
Este movimiento normado, que se nos escapa de la impresión inmediata, es lo que somos a diario al transitar por las calles públicas, al tomar el transporte público, al ver la televisión pública, donde los otros desaparecen como individualidades distinguibles y nos parecemos a los otros en nuestro tránsito mundano, sujeto a una especie de dominio de los otros[15], en este convivir cotidiano que nos hace idénticos al resto, donde cada cual es el otro y ninguno sí mismo, como en un escuadrón militar, donde soy lo que hago, mis movimientos al unísono.
Heidegger nos dice, respecto a este uno que formamos con los otros, que el Dasein, ese ser que es cada cual, en lo cotidiano no es él mismo quien es, sino que los otros le han tomado el ser, refiriéndose a que hacemos lo que se debe hacer dejando de hacer lo que nosotros deseamos o decidimos pues en el ya no decidimos y que afecta el movimiento de cada uno en lo cotidiano, otros que no son seres determinados, con una identidad fija, sino que podría ser cualquier persona, nadie en específico: el uno, dominio que cada cual no advierte y que acepta al ser un ser social, al ser parte de los otros, donde se disuelve el Dasein propio en esta manera corriente de ser que tienen los otros entre los cuales yo también estoy inmerso y formo parte de ellos.
“El uno se mueve en la medianía de lo que se debe hacer, de lo que se acepta o se rechaza, de lo que se le concede o niega el éxito[16]
en ello hayamos su nivelación aquella que se desprende del término medio dentro del cual el Dasein se mueve en lo cotidianto, la medianía, dentro de parámetros de normalidad de comportamiento, de esta forma
“Gozamos y nos divertimos como se goza; leemos, vemos y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga (…) El uno, que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos), prescribe el modo de ser de la cotidianidad.”
el uno, este impersonal que no es nadie en específico y que aún así no es una nada, nos indica con sus parámetros como debemos movernos en el mundo, qué debemos hacer, pues es parte de nuestro modo de ser. Es parte de las tendencias del Dasein, sin ir al fondo de las cosas, insensible a todas las diferencias de nivel y autenticidad[17], que en su carácter de público o publicidad
“oscurece todas las cosas y presenta lo así encubierto como cosa sabida y accesible a cualquiera”
Cosa que no incomoda al Dasein cotidiano pues aliviana su ser en el mundo ya que el uno satisface sus requerimientos, decide por él y nadie se hace responsable de los efectos ya que no hay alguien que deba responder por algo, despojando a cada Dasein de su responsabilidad. Esta liviandad y ligereza que emana el uno a cada cual es parte de nuestra estabilidad social, en el co-estar cotidiano, donde el sí mismo del Dasein se pierde o se confunde.
Al menos esta cómoda alienación normativa tiene una salida, si así se desea
“El uno no es la especie de cada Dasein, ni se lo puede encontrar como una propiedad permanenete en este ente[18]
Ya que, como nos encontramos dispersos en este uno, podemos llegar a encontrarnos
“Cuando el Dasein descubre y aproxima para si el mundo, cuando abre para si mismo su modo propio de ser[19]
apartando encubrimientos, quebrantando las disimulaciones con las que nos cerramos frente a nosotros mismo, es decir, reconociéndonos: yo un ser mundanal, un cuerpo que vive en el mundo y que cobra sentido en él; una vez que se abra para si mismo, que se descubra, que sepa si es un copiloto en una nave, si es la nave, si debe o quiere, sabrá si se pertenece realmente y vivirá aquella pertenencia. Antes, no. Es muy cómoda la situación anterior.
Así las piezas de la maquina podrían cobrar vida autopensante, cuando se dan cuenta de que pueden salir del uno, se revelarían si se les abren los ojos al conocer la ciencia del bien y del mal: la voluntad personal!
b. Coerción sexual
Un hombre que conciente demasiado los placeres del cuerpo solo se haya condenado a errar presa de un completo desasosiego[20] en cambio un hombre de alma ordenada, prudente y dócil lleva una vida bella, santa donde se alcanza el poder de vivir sin el cuerpo[21]nos diría Platón, despreciando de esta forma la carne: el cuerpo y la vida misma, pretendiendo escapar a la corrupción que emana de sus movimientos y del placer que es tan suyo, pero ¿cómo escapar de esta corrupción si estamos en el cuerpo o mejor dicho somos un cuerpo? Pareciera la muerte la salida posible y más recurrente en la literatura.
Ya desde Platón nos encontramos con las prohibiciones de la carne[22] suceso que se puede apreciar, más tarde y con mayores detalles en las religiones cristianas y por ende en todas las culturas donde su doctrina, arraigándose en ellas, fue acogida o impuesta a la fuerza, utilizando la sangre del cuerpo que rechaza como corrompido, para doblegar a los fieles- cuestión contradictoria-.
Estas prohibiciones corporales que involucran al llamado pecado original, pretenden el orden y la formación de la comunidad cristiana como lo exige Dios, al ser comunión de 3 personas, creando al hombre no como individuo, sino como pareja[23], para que formen una misma familia y comunión[24] todos los seres humanos, donde no cabe lugar para el placer carnal que es netamente individual y personalizado, además aleja de su fin a la sexualidad: la reproducción; la incorrupción de un alma noble es a lo que se quiere llegar, a la cual se le prometía un cielo -lleno de placeres físicos- encontrando en el cuerpo y más tarde en el placer y el deseo, el mayor enemigo del alma santa.
Conforme el tiempo pasa, estas prohibiciones sobre el pecado de la carne van abarcando otros movimientos del cuerpo y del pensamiento. En el texto practique du sacrament pénitence ou méthode pour l’administrer utilement de Habert, el cual Foucault comenta en su libro Los anormales, que data de fines del siglo XVII y principios del XVIII, podemos apreciar las nuevas formas que comienza a adoptar las prohibiciones sobre el cuerpo, que ya no solo engloban el coito, como placer carnal evidente, sino también otros aspectos del cuerpo, en un sentido individual, prohibiciones que terminan por anular su singularidad
“La forma primera del pecado contra la carne es haber tenido contacto consigo mismo: es haberse tocado, es la masturbación. En segundo lugar, luego del tacto, la vista [mirar objetos deshonestos y sentir placer o deseo]. (…) En tercer lugar la lengua (…) los discursos deshonestos, las palabras sucias. Las palabras sucias dan placer al cuerpo; (…) Cuarto momento, los oídos. Problema del placer al escuchar palabras deshonestas, discursos indecentes[25]
cayendo, con ello, ya no sólo, las prohibiciones, en el contacto sexual con los otros cuerpos, sino también en el contacto del cuerpo consigo mismo y en cada detalle sensitivo que le pertenece y le permite el conocimiento. Se centra el pecado original en todo él, en todos sus sentidos, el cuerpo completo es pecado, lo que provoca que sean rastreados, en cada parte suya, en examen de conciencia, los demonios que incitan al error y al temblor sudoroso del pensamiento excitado. Se haya la prohibición de movimiento, ahora, en su sensualidad completa, comprendiendo los demonios del deseo y placer[26].
Deseo y placer que se incrustan en los movimientos sensuales de la carne y del pensar, nichos del mal, lo que provoca la censura de su sexualidad animal y el erotismo que le es propio, incluso las ideas que provoque un pantalón ajustado a la piel de un hombre bien dotado, ideas que, según lo que hemos venido relatando, son el mayor mal de la conciencia limpia y razonable, son su pesadilla de corrupción y concupiscencia encarcelante, siendo la vuelta más paupérrima a la animalidad, de la que se pretende diferenciar este ser humano que intenta ser más un yo puro que un cuerpo pensante, viviente en una comunidad armónica donde los unos ayuden a los otros.
Lamentablemente, en el intento de liberar a un alma de la cual ni siquiera tengamos la certeza de su distinción del cuerpo, estamos lacerándonos y enclaustrándonos, quitándole la libertad de movimiento a todo lo que somos a simple vista externa, a los más naturales movimientos del cuerpo, a nuestra singularidad sensual y erótica, para formar parte de una unidad que desune y hace que perdamos la originalidad de nuestra formas, tránsitos, quehaceres, pensamientos y maneras de expresión. En pocas palabras: se deja mudo al cuerpo, se coarta su lenguaje, se mancillan sus palabras y su mensaje se extingue en un oscurantismo que, a modo de doctrina, pretende hacer prevalecer un solo discurso, siendo que la verdad se compone de todas las caras de la moneda, sin importar su valor de verdad, cuestión que discerniremos luego con la razón, tal vez. Censuran la oposición a un argumento que pretende ser el único posible, se oculta y se le demoniza en un mito de si. Tal oposición es el lenguaje de la carne que piensa, el cual, efectivamente, requiere ser liberado en su discurso, movimientos, en su ser existencia.
"Sólo los gnósticos osaron hacer estallar el polvorín y afirmar que, para ser eficaz, toda sublevación, toda oposición al mundo, toda pretendida liberación espiritual o social debe liberar primero el sexo[27]"
y en ello encontramos la afirmación más reveladora: Liberar el sexo. Es cierto que se les acusa a los gnósticos de fornicarios, incestuosos o sodomitas pero acaso ¿hay en ello un mal efectivo? ¿Un daño, a la humanidad, irreparable? La negatividad de sus actos solo esta a un nivel de juicio moral, el cual sigue y pretende la predominancia del copiloto del cuerpo, con caracteres religiosos alejados de su sentido erótico original[28] y de yoes puros que podrían deambular sin el cuerpo.
Es cierto que hoy, el cuerpo para la religión, sobre todo en sus manifestaciones sexuales y eróticas, es algo desvalorado y parte de lo corrupto, pero también es cierta su semejanza primigenia.
En ello fue bastante observador Georges Bataille.
En ambos casos: religión y erotismo, para nuestro autor, se da la tendencia a la continuidad del ser y en ello radica su similitud. En el plano del erotismo él la explica a partir del hecho biológico de la unión celular, lo que correspondería a la continuidad primera que anhela el ser, dónde el espermatozoide y el óvulo, seres discontinuos, distintos uno del otro, forman una continuidad en un punto exacto a partir de la desaparición de ambos, su muerte. Una vez terminada la unión ya toma forma este nuevo ser que, luego de experimentar la continuidad, forma parte de la discontinuidad.
“Nos resulta difícil soportar la situación que nos deja clavados en una individualidad fruto del azar, en la individualidad perecedera que somos. A la vez que tenemos un deseo angustioso de que dure para siempre eso que es perecedero, nos obsesiona la continuidad primera, aquello que nos vincula al ser de un modo en general[29]
Esta unión de seres orgánicos que depositan en el útero sus células, en el acto sexual, en este movimiento erótico propio de los seres humanos, también experimentamos la continuidad del ser, en el orgasmo; especie de desfallecimiento de los cuerpos en que se experimenta una disolución del uno en el otro que dura algunos segundos, para luego volver a experimentar la discontinuidad vivida. Por la fusión de dos seres en una situación extrema (orgasmo, éxtasis), llegando al mismo punto de disolución. Semejante al acto de matar en el ritual del sacrificio sagrado, donde el ser activo: el sacrificador, frente al público presente, da muerte al sacrificado, al ser pasivo, abriendo su discontinuidad cerrada, el cuerpo, fusionándose dos seres en extremo acontecimiento, permitiendo a la vez, la experiencia de continuidad a los presentes, en este acto dramático ya que según Bataille para nosotros que somos seres discontinuos, la muerte tiene el sentido de la continuidad del ser[30]
url.jpegEl sacrificio y el erotismo revelan la carne en una desnudez indecente para el hombre, y de ella emana un deseo obsceno que intenta contener. Tal desnudez de la carne se opone al ser cerrado que la vida pretende conservar evitando la muerte, pues lo abre y le permite comunicarse y desplegarse más allá del repliegue sobre sí mismo, abriéndose a la continuidad por aquellos conductos secretos dándonos el sentimiento de obscenidad perturbando la supuesta posesión de nosotros[31].
“El sacrificio es una novela, un cuento ilustrado de manera sangrienta. Es (…) una representación teatral, un drama reducido al episodio final en que la victima, animal o humana, desempeña solo su papel, pero lo hace hasta la muerte 64
Y tal teatralidad es la que permite, al contemplar la muerte de otro, que a los espectadores se les devuelva y revele la continuidad perdida, por unos instantes, alcanzando el conocimiento de la continuidad en experiencia personal, pensando que la muerte que vemos es la propia. Pero esta experiencia de continuidad no esta exenta de limitaciones como el “no matarás” y el “no cometerás adulterio”, ya que consta de una violencia tal que atemoriza al ser humano por su arrancamiento del ser (violencia en el acto sexual y en el acto de matar), por ello los sacrificios de carne humana se reemplazaron en algunas comunidades por sacrificios animales, para evitar el deseo de dar muerte a otro, aún así en ello existe una misma identificación y experiencia, ya que la prohibición no previene el deseo, es más, insita a su transgresión, al pecado.
Hoy en día el sacrificio se mantiene en un ritual, por ejemplo, cristiano de canibalismo al comer y beber la sangre de Cristo en cada ceremonia. Con la misma intención de teatralizar la muerte del sacrificado.
“La continuidad divina está vinculada a la transgresión de la ley que funda el orden de los seres discontinuos. Los seres discontinuos que son los hombres se esfuerzan en preservar la discontinuidad. Pero la muerte, al menos su contemplación, los devuelve a la experiencia de la continuidad”61
Tal ley es la prohibición de la muerte por la vida que la excluye, que preserva la discontinuidad. Por la vida del ser humano que huye de la violencia animal y se limita, por temor a ella, que es menos nociva que la violencia racional reprimida, que pierde su naturalidad[32].
Esconde sus cadáveres, esconde el erotismo de su cuerpo y en tal prohibición, sin querer, ve exacerbado el deseo de transgredir la norma, por su anhelo de continuidad, por el deseo de lo ilimitado que pertenece a la esfera sagrada que es querida por su consecuencia profunda[33], transgresión que es el motor del erotismo el cual es la alternativa del ser humano a una sexualidad animal que se le niega, siendo que
“la prohibición, fundamentada en el pavor, no nos propones solamente que la observemos. Nunca falta su contrapartida. Derribar una barrera es en sí mismo algo atractivo; (…) Nada contiene al libertinaje (…) y la manera verdadera de extender y de multiplicar los deseos propios es querer imponerles limitaciones (…) Nada contiene al libertinaje… o, mejor, en general, no hay nada que reduzca la violencia”
Es decir, la naturaleza se abre paso, de la forma que sea y tal contenido de alguna forma debe escurrirse de aquello que lo gobierna de mala forma.
Cuadro de texto: 2 L'enchaîné (Las cadenas) Piere Molinier.L'enchaîné, autoportrait.jpgLa sexualidad es innegable, los comportamientos sexuales y eróticos son reales, de todo tipo y variedad, somos un cuerpo y el erotismo nos es tan propio como la piel que nos recubre. Y consideramos que posee un discurso en sus movimientos, un lenguaje que desea expresarse transgrediendo lo prohibido, fuerza que lo motiva.
Existen actos más inhumanos que tener relaciones sexuales con cualquiera, que coger con la hermana o meterle el dedo en el ano a otro- recordando lo que se dice de los gnósticos- acciones que se practican en culturas humanas variadas y que se mueven en esto con la naturalidad con la que respiramos cada mañana al despertar y no por ello se destruyen sus comunidades o sus yo se pierden en el infierno pecador. El que la sexualidad vaya más allá de la mera reproducción no es un pecado, no es el mal de la humanidad, ni la perdida de su conciencia, pertenece simplemente al erotismo que lo encarna en cada pasión o deseo, en su semejanza de visión hacia la continuidad como en la religión.
“Erotismo: se define por la independencia del góce erótico respecto de la reproducción considerada como fin[34]
El erotismo es lo que nos diferencia de la sexualidad de los animales, es la representación del goce sexual, del deseo, pues todos los seres humanos han hecho de su actividad sexual una actividad erótica[35] donde la penetración es solo un agregado más a este movimiento del ser que despliega todo su repertorio estético en el acto del cuerpo erótico.
“Toda operación del erotismo tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el punto del desfallecimiento[36]
El erotismo en la sexualidad del ser humano es la remisión más íntima a la vida[37] que podemos concebir, pues involucra el unísono del pensamiento y el movimiento conciente. Más íntimo que el puro pensamiento, es la mezcla del lenguaje de movimiento que carece de la palabra hablada y que se nutre en la multiplicidad de interpretaciones de su despliegue físico y del pensamiento que se hace presente en su piel extendida o doblada. Los movimientos de la pasión erótica son como su piel, naturales y propios, no lo deshumanizan, ni le pervierten en un ser corrupto, que más bien se vuelve tal al encarcelar sus deseos. Una vez asumiendo el erotismo de los cuerpos y su positividad, el discurso del cuerpo se libera y cura las heridas que han dejado las cadenas de la norma corporal y merman las ideas que el deseo intenta cumplir en el hecho, disminuyendo la tensión. El cuerpo desnudo se abre al mundo y es posible que su voz se oiga en un lenguaje de movimiento.
El liberar el erotismo, el transgredir la prohibición seductora, en el sentido antes descrito no significa que el placer y el deseo nos alienen en su escape en una permanente satisfacción, saciando cada deseo que nazca de nosotros cada vez y que caigamos en una nueva cárcel y que aquello sea lo que pretendemos con todo esto. Nos referimos, más bien, a escuchar y vivir su discurso, la teatralidad de sus desplantes, como seres pensantes más que seres que racionalizan enclaustrando el vivir, por ello preferimos hablar de erotismo respecto al lenguaje sexual del cuerpo. Para aclarar más este punto nos referiremos al discurso cínico antiguo, en el cual encontramos el sentido más lucido a lo que respecta al movimiento corporal y sus placeres.
No cualquier placer es un bien. Sólo lo es el placer del cual uno no ha de arrepentirse[38]
esta cita refiere al placer que requiera ser saciado por que su deseo provoca una tensión tal que obstaculiza nuestra libertad de movimiento y pensamiento, hablando de una moral relativa que independiza los movimientos juzgables del individuo y no lo diluyen en una moral universal que no le es propia y lo disuelve. De este modo este placer nos lleva al bien pues aleja la tensión que enturbia el pensamiento.
El placer no es un mal si “no se impone a la voluntad y si, aunque la alcance, permite que ésta conserve su soberanía y despliegue su energía (…) siempre que, queriéndolo, uno se asegure de no dejarse dominar por ninguna tiranía interior ni exterior" El sabio domina y se domina a sí mismo. Nada es malo, salvo lo que entorpece su potencia y su poder. Todo debe poder ser un ejercicio en pos de alcanzar la plena disposición de uno mismo. Es bueno todo lo que no impide que la voluntad impere. El placer sólo es bueno o malo relativamente y no en sí mismo, como con frecuencia se nos quiere hacer creer[39]
En este razonar Diógenes de Sínope, discípulo de Antístenes, se masturbaba en la plaza pública o cagaba en medio de un discurso, pues no permitiría jamás que un deseo alienara su pensamiento prefiriendo una economía de gastos[40], lo que nos parece un movimiento conciente del cuerpo, un cuerpo vivido, es decir, se piensa actuando, se desea resolviendo, se contiene y se expulsa en ves de retener los deseos que podrían ir acrecentando su magnitud y esclavizar nuestro yo al no ser saciados, en una exacerbación que se alejaría de lo concreto. Recordemos que el deseo nunca cumple sus promesas, y si lo que promete no se sacia y se incrementa en la imaginería podría transformarse en un placer insaciable que enferma el libre movimiento, alejándolo del pensamiento presente del aquí y el ahora, donde el individuo es capaz de discernir.
En este punto el cuerpo pensante alcanza una libertad de hecho y acción, pues las necesidades, la supuesta ley del cuerpo no lo dominan pues antes de que genere una tensión alienante en él, es saciada. Si tiene hambre come, si quiere masturbarse se masturba, si quiere practicar el coito lo practica y el deseo desaparece en el instante en que surge y cuando resurja será nuevamente saciado y en ello el único demonio sería el copiloto que le niega al cuerpo el saciar su hambre y la divinidad seria el cuerpo pensante que vive naturalmente. El cuerpo como su propio Dios. Cada uno de nosotros, cuerpos, como nuestros propios dioses.
Movimientos del cuerpo vivido Shopenawer, Nietzsche, Sastre, MP
El químico ventosea, defeca, mea y se masturba en pública calle, ante los ojos del ágora ateniense; desprecia la gloria, se ríe de la arquitectura, niega el respeto, parodia las historias de los dioses y de los héroes, come verduras y carne cruda, se tumba al sol, bromea con las meretrices y dice a Alejandro magno que no le quite el sol: Pero, ¿qué es esto?”
(ideas posteriores)


[1] Carreño, Manuel. Manual de Carreño, Capitulo 9 año1996. Editorial zig-zag
[2] Rabade, Sergio. Experiencia, cuerpo y conocimiento. Madrid 1985. Consejo superior de investigación científica. P 173.
[3] Descartes, René. Meditaciones metafísicas. Meditación VI-VII (edición electrónica, ver libro)
[4] Extracto de Carta a la princesa Elizabeth, citado por Rabade, Sergio. Experiencia, cuerpo y conocimiento. Madrid 1985. Consejo superior de investigación científica. P 171.
[5] Extracto de Carta a Regius. Ídem. P 174.
[6] Ídem.
[7] Este yo como cuerpo vivido será explicado extensamente en el capitulo II.
[8] Oyarsún, el dedo de Diógenes. P. 284 (revisar cita)
[9] Oyarsún, misma página.
[10] Platón. La república. Editorial renacimiento. Chile 1980. P 196.
[11] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Editorial siglo veintiuno. Argentina año 2003. P 141.
[12] Que según Foucault es distinta de la esclavitud por que no es una apropiación del cuerpo o del ascetismo donde cada cual ejerce dominio sobre su cuerpo.
[13] Estas imágenes pertenecen a una práctica comunitaria que se lleva a cabo en Bolivia debido a la ineficacia y ausencia policial en la zona, y el aumento de la violenta delincuencia en el lugar. Los ciudadanos han tomado la ley con sus propias manos y cuelgan estos espantajos con la intención de amedrentar a los ladrones que los asechan. Supuestamente en cada lugar donde se cuelga el espantajo, se ha colgado a un delincuente.
[14]. Ídem P 18-20.
[15] Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Capítulo 4, parágrafo 27. P. 151.
[16] Ídem.
[17] Ídem, p 152.
[18] Ídem, p 153.
[19] Ídem, p 153.
[20] Platón, Fedón. P. 108.
[21] Platón Fedón. P. 114.
[22] Algo que se comentó en detalle más arriba.
[23] Génesis 1, 26-27
[24] Mateo 22,1; Lucas 14, 15
[25] Foucault, Michel. Los anormales. Fondo de cultura económica. Argentina. Año 2000. P 180-181
[26] Ídem, p 181-183
[27] Frases de Jacques Lacaniere en Les gnostiques, p 111. Citado por Onfray, Michel. Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros. Editorial Paidós, Buenos aires. Año 2002. P 26-27
[28] Pues el erotismo y lo religioso no están tan distantes como se piensa.
[29] Bataille, Georges. El erotismo. P.11
[30] P. 9.
[31] P 13
[32] P 28, cap II. PP
[33] P 67
[34] No por ello se opone a la reproducción, pues ambas apuntan a la continuidad del ser. Bataille, Georges. El erotismo. Página 9.
[35] Ídem, p 9.
[36] Ídem, p 12.
[37] En su sentido de trascendencia.
[38] Frase de Antístenes (filósofo Quínico), citado por Onfray, Michel. En su texto Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros. Editorial Paidós, Buenos aires. Año 2002. P 148.
[39] Ídem, p 150. Citando a Rodier, G., "Antisthéne", en Etudes de philosophie gircijue, pág.
28.
[40] Ídem.

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